Buda no era budista.
Tal vez la principal dificultad que tiene el budismo de
implantarse en occidente sea la “orientalidad” de esta religión. Puede que haya
gente que pudiera sentirse atraída por el budismo pero que, al ver toda la
parafernalia que aparentemente implica, se apartan.
Piensan que si son budistas, tendrán que ir vestidos como lo
hacen los budistas de los países orientales, adoptar sus costumbres, y no se
sentirían a gusto, sería como ir disfrazado, como aparentar lo que no son.
Buda pertenecía a una familia de brahmanes, que en aquella
época estaba formada por gente de etnia aria, caucásica. Nada que ver con la
imagen del Buda gordito y con rasgos asiáticos a la que estamos acostumbrados.
Siddharta Gautama no se parecería ni remotamente a cualquier
maestro budista actual de Japón o el Tíbet, por ejemplo.
El budismo, al ir implantándose en diferentes países, se fue
mezclando con la cultura local, adaptándose en sus modos, en sus términos, en
su estética.
En la actualidad, en los centros de estudios budistas,
escuelas de meditación, y templos que hay en occidente, tanto practicantes como
maestros adoptan una estética “copiada” de los países de donde procede su
tradición. Así, visten el Khesa japonés, o el hábito tibetano.
Esto es normal, es natural.
Pero poco a poco, debemos ir encontrando el sitio que debe
ocupar el budismo en nuestra cultura.
Me gusta pensar que, al igual que los primeros monjes chinos
vestían como los monjes de la India, y los primeros monjes japoneses lo hacían
al estilo chino, y luego desarrollaron su propia identidad dentro del marco budista,
así lo haremos nosotros. Dentro de tal vez cien, doscientos años, el budismo
occidental habrá encontrado su “sabor” propio, como ahora lo tienen el japonés
o el tibetano.
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